Imperfección
Primera parte
La lluvia inglesa cubría el cielo
de Londres, esa lluvia constante, molesta e incesante. Ese día, además, estaba
acompañado de un viento especialmente inusual. En medio de este vendaval, se
encontraba Ainhoa una chica de 29 años, su tez dorada por el sol y su pelo
moreno delataban su procedencia española, y unos ojos verdes intensos con
destellos color miel acompañaban su preciosa cara. Su vestimenta, típica para
un frio casi noruego, con pantalones de pana, botas de agua, dos camisetas
térmicas, un jersey y todo esto recubierto por un abrigo de plumas largo con
capucha, acompañada de dos maletas, revelaban que era nueva en la ciudad.
Había decidido esperar debajo de
un toldo sentada en un escalón a que parara de llover, mientras los ingleses acostumbrados
paseaban delante de ella, al lado del Rober Returns. Era un típico bar inglés, plagado de aficionados del
Chelsea que gritaban a voces insultos contra el contrincante de la tarde, el
Manchester United. La expresión dubitativa y pensativa de Ainhoa hizo que el
portero la observara cómo esperando a que ella le preguntara algo y el pudiera resolvérselo,
sin obtener respuesta. Sus lágrimas se escondían entre las gotas de lluvia pero
sus ojos rojos la delataban, y en su cabeza se preguntaba reiteradamente ¿qué
hago aquí?, ¿por qué estoy aquí?, lo de a su alrededor no importaba.
Para el descanso del partido la
lluvia cesó y varios de los clientes del bar salieron a fumar. Los allí
presentes la miraban, ya que su belleza no pasaba desapercibida, pero sólo uno
de ellos se acercó tambaleándose, y aunque no vocalizaba demasiado bien la
preguntó con la educación que les precede, ¿puedo ayudarte en algo? Ella salió
de su estado de tránsito y ensimismada miró a aquél hombre, con voz rota y con
la piel de su rostro marcada por la edad y las experiencias, probablemente por
causa del alcohol. Ainhhoa se dio cuenta en ese momento de que había parado de
llover por lo que le preguntó, con sus problemas del idioma todavía muy
latentes, la dirección de su hotel.
Tras dar varias vueltas y
perderse otras cuantas llegó al The Commercial Hotel, la fachada era antigua y
descuidada y por dentro no era mucho mejor. La primera planta era un bar y
comparándole con los demás estaba vacío, aun teniendo en cuenta que era día de
partido. Ainhoa miraba disimuladamente a un lado y a otro. Las paredes estaban
pintadas de varios colores, en vez unificarla en una solo, las mesas estaban
astilladas, la decoración era nefasta, recordaba al estilo rococó muy abundante
y este caso las cosas estaban puestas sin un orden, y en un rincón habían
decidido agrupar todos los objetos que no les eran útiles como si de un
mercadillo se tratara. La recepcionista, Rose la atendió muy agradablemente, ya
que todos los hombres estaban inmersos en el partido y a ella le aburría
profundamente, tras pagar su reserva y recoger su llave decidió subir a su
habitación.
Tumbada en la cama, intentaba
buscar la razón por la que había dejado todo atrás. Era profesora de historia
del arte e impartía clases en un instituto privado. Para la mayoría de los padres su asignatura no tenía importancia, porque,
según ellos, sus hijos estaban destinados a ser médicos, abogados o
empresarios. Pero Ainhoa intentaba transmitirles su pasión para que a través
del arte, pudieran ver el mundo de otra manera y sobre todo, a que pensaran por sí mismos. Su trabajo era una
parte muy importante para ella.
Vivía en el barrio Salamanca de
Madrid, una de sus ciudades preferidas, aunque llevaba viviendo cinco años era
incapaz de moverse realmente bien. Pero eso le encantaba, porque podía perderse
por la capital, intentaba no recordar los sitios por donde había pasado para
cuando lo hiciera de nuevo volver a redescubrirlos. Su piso nada tenía que ver
con la zona en la que se encontraba. Era antiguo, techos altos, la pintura
desconchada, y el olor a tuberías era casi habitual.
No vivía sola, Adrián, su novio,
compartía piso con ella. Él era un empresario dueño de una franquicia de ropa
femenina a nivel nacional, Cortex. Su amor fue un flechazo a primera vista.
Antes de vivir en Madrid, Ainhoa ejercía como profesora en Granada, su ciudad
natal. Vivía con sus padres y sus dos hermanas en una casita humilde de planta
baja con la fachada blanca y con un patio típico andaluz. Eran gente modesta,
Matilde, su madre, trabajaba en una mercería y su padre, era un administrativo
con alma de artista. Él fue quien la enseñó a pintar, y gracias a él descubrió
su vocación. Sus hermanas, de 20 y 22 años respectivamente, María y Juliana,
eran otro de sus grandes apoyos. Su vida allí era tranquila, todos sus alumnos
la adoraban, quedaba con sus amigos para tomar las mejores tapas de la ciudad,
y solía irse todos los fines de semana con sus hermanas de compras. Nunca se le
había conocido ninguna relación estable. Ella sabía que estaba esperando a
alguien que, seguramente no existiera o no llegaría.
Las flores eran otras de sus
pasiones, cada mañana iba al mercado y compraba un ramo diferente y esperaba
que algún día alguien, el amor de su vida, se las comprara todas las mañanas,
sin olvidar las peonias, sus favoritas. Era un lunes cualquiera de un verano
horriblemente caluroso. Ainhoa se disponía a ir al mercado a por sus flores con
una falda larga de gasa que se movía con
sus movimientos al andar, una camiseta de tirantes y un pelo largo, moreno, sin
arreglar, que le cubría los hombros. Adrián se encontraba allí mirando locales
para su franquicia cuando la vio cruzar un paso de cebra que se encontraba a
escasos metros de él. Nunca había visto ninguna chica igual, el ritmo de sus
piernas al moverse, su tez morena y su largo pelo le cautivaron.
Con disimulo cruzó el paso de
cebra lo más rápido que pudo y se quedó un poco detrás de ella pero lo
suficientemente cerca para poder ver su rostro. ¿Qué la digo?, pensaba Adrián.
Así que de repente Ainhoa se paró en su puesto de flores favoritas y ese día
compró un ramo de peonias. Después de pagar y cuando estaba a punto de
marcharse Adrián decidió hablar con ella. Entre balbuceos la preguntó ¿Cómo se
llamas esas flores? A lo que Ainhoa contestó peonias. Adrián se inventó que ese día era el
cumpleaños de su madre y había bajado al mercado a comprarla unas flores pero
estaba indeciso y que gracias a ella se había decidido. A ella le pareció un
poco extraño, ya que no le parecía normal ir a comprar al mercado con traje y
corbata. Adrián la preguntó si podía invitarla a algo por su ayuda. Ainhoa se
mostró un poco reticente, pero su pelo castaño, sus ojos marrones claros casi
verdes y una sonrisa perfecta le pareció una buena razón para aceptar.
Inmediatamente, Adrián anuló los compromisos
de la tarde para quedar con ella. Primero fueron a la alhambra. Él había
viajado mucho por negocios pero nunca había llegado a disfrutar de ninguna
ciudad. Y ese monumento, sus vistas y la compañía con Ainhoa le pareció algo
mágico. Su visita siguió con gastronomía, Ainhoa estaba muy orgullosa de su tierra,
y también de la comida, las tapas eran algo para deleitarse y le hizo a Adrián
la mejor ruta que ella conocía. La cita terminó en el albaicín, su lugar
preferido, solía perderse con sus pensamientos por esas calles empedradas
rodeadas de casas blancas, gente amable y al culminar el mirador. Estuvieron
hablando durante un buen rato y cuando se quisieron dar cuenta, cayo el
atardecer, con la ciudad de fondo, y un sol desapareciendo fue el escenario
perfecto para el final de la tarde. Su relación daba comienzo.
Adrián decidió pasar un tiempo en Granada y gestionar sus negocios
desde allí, pero esto funcionó muy poco tiempo, ya que la central estaba en
Madrid y constantemente tenía que subir a la capital. Después de seis meses,
Ainhoa tomó la decisión de irse a Madrid con él, ya que sabía que si quería que
su relación siguiera no podría ser en Granada. Nunca había vivido en otro sitio
y los inicios en Madrid fueron
difíciles. Le costó mucho vivir sin el apoyo de su familia y amigos, y además,
la ilusión de encontrar un empleo se desvanecía poco a poco. Adrián, aunque trabajaba
muchas horas, intentaba comprarla su ramo de flores todas las mañanas y darle
las comodidades que necesitaba.
Poco a poco las cosas empezaron a
ir mejor, tras cinco meses Ainhoa encontró trabajo a media jornada en un
instituto privado. Además por las tardes, trabajaba como secretaria en una
clínica dental. Había hecho muchos amigos, y podía compartir su tiempo con más
gente cuando Adrián estaba trabajando. El piso en el que vivía lo eligió ella,
aunque no era nada cómodo buscó algo que pudieran pagar entre los dos, más bien
algo razonablemente barato para que Ainhoa pudiera pagar su parte, porque
odiaba la idea de que Adrián la mantuviera.
Para ir al instituto cogía el
metro, y a la puerta del mismo tomaba uno de los periódicos gratuitos. Tenía 10
paradas por delante así que la daba tiempo a enterarse de los titulares de la
actualidad. Para variar, un día decidió comprarse el periódico El País. Estaba
ojeando las noticias, sentada en el metro cuando algo se cayó al suelo. Era el
suplemento de la semana. Una lista con la información y los requisitos para
cursar becas de diferentes ámbitos en toda Europa. Decidió echar un vistazo y
mirar si alguna estaba relacionada con su campo. Efectivamente, había varias de
historia del arte. Y ese día todo cambió.
Su relación con Adrián iba cada
vez mejor, además había delegado más responsabilidad a otros para pasar más
tiempo con ella y Ainhoa estaba totalmente adaptada al estrés de la capital.
Pero este incidente cambió algo en ella. Tenía 10 días para presentar todos los
papeles e inscribirse en las becas. La necesidad de irse le invadió, pero ¿por
qué?, si mi vida es perfecta aquí, no necesito nada más, se preguntaba. No dijo
nada a nadie y decidió rellenar los papeles y enviar la información solicitada.
Desde ese momento Ainhoa recogía
el correo todos los días, y al mes, un paquete certificado llegó a casa con una
dirección de Londres. ¡La beca! Seguro que me la han denegado, pensó. Abrió
corriendo el paquete, leyó varias veces la carta y sólo entendió una palabra: accepted.
Subió corriendo a casa, encendió el ordenador y abrió el traductor, quería
saber cuál de las becas que solicitó había sido. Tras cliquear en Google la
página web descubrió que era para ser profesora en un colegio de artes, St
Juliards de Londres. No podía creérselo, daba vueltas por la casa, corriendo y
chillando. Pero ¿y qué pasa con mi
inglés? No pasa nada, se respondió tengo cinco meses hasta que empiece el
curos, puedo dejar mi trabajo de secretaria y dedicarme al inglés por completo.
Y así fue, empezó a ir a una
academia de inglés para profesores, donde la enseñaban, aparte del idioma, cómo
ellos impartían las clases, sus métodos, trucos, etc…Durante un mes, no dijo
nada a nadie. Adrián la noto un poco rara porque todas las series las veía en
inglés, la había pillado hablando en inglés. Y un día la preguntó ¿Cuándo
tienes tiempo de ir a clases de inglés con los dos trabajos? Ainhoa era una
mentirosa horrible, por lo que le contó que había dejado su trabajo como
recepcionista. ¿Y por qué? Preguntó el, pensaba que te gusta. Ainhona puso un
gesto de preocupación, y se dio cuenta que era el momento de contarlo todo.
Él se enfureció como nunca antes
lo había ello, empezó a chillarla no entendía por qué quería marcharse si lo tenía
todo en Madrid, la obligó a que rechazara la beca y a que no se fuera. Ainhoa
dijo que la decisión estaba tomada, sabía que no tenía sentido irse pero era lo
que anhelaba, le dijo que le quería y que no quería dejarle, pero quería que
respetara su decisión.
Los cinco meses siguientes fueron
muy tensos entre ambos. Ainhoa decidió irse unas semanas a Granada para
contárselo a sus familiares y amigos, esto era una excusa, ya que necesitaba
tiempo. El camino de vuelta a casa fue muy relajante para ella, volvió renovada
y convencida de que aunque su relación
tenía problemas quería continuar porque le quería, pero él tendría que respetar
su decisión. Volvió con unas ganas terribles de decirle te quiero y besarle,
como si nunca lo hubiera hecho. Fue corriendo desde el metro hasta el
apartamento, subió por las escaleras, abrió la puerta y Adrián no estaba y sus
cosas tampoco.
Le llamó infinitas veces, pero él
no contestaba. Como si nunca le hubiera conocido, pero ella tenía que hablar
con él. Fue a su apartamento, y por fin le encontró, él no quería hablar con
Ainhoa pero al final la abrió la puerta. Adrián la explicó que su decisión
estaba tomada y que no quería estar tres años separada de ella. Si no se iba
volvía con ella y si Ainhoa insistía en irse a Londres para él habían
terminado. En ese mismo instante, Ainhoa comprendió que era mejor estar
separados, si la persona que supuestamente la quería no la respetaba, prefería
no tenerla en su vida.
Y aquí comenzó su aventura londinense.