“El periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad” Gabriel García Márquez

lunes, 16 de febrero de 2015

Imperfección

Primera parte

La lluvia inglesa cubría el cielo de Londres, esa lluvia constante, molesta e incesante. Ese día, además, estaba acompañado de un viento especialmente inusual. En medio de este vendaval, se encontraba Ainhoa una chica de 29 años, su tez dorada por el sol y su pelo moreno delataban su procedencia española, y unos ojos verdes intensos con destellos color miel acompañaban su preciosa cara. Su vestimenta, típica para un frio casi noruego, con pantalones de pana, botas de agua, dos camisetas térmicas, un jersey y todo esto recubierto por un abrigo de plumas largo con capucha, acompañada de dos maletas, revelaban que era nueva en la ciudad.

Había decidido esperar debajo de un toldo sentada en un escalón a que parara de llover, mientras los ingleses acostumbrados paseaban delante de ella, al lado del Rober Returns. Era un  típico bar inglés, plagado de aficionados del Chelsea que gritaban a voces insultos contra el contrincante de la tarde, el Manchester United. La expresión dubitativa y pensativa de Ainhoa hizo que el portero la observara cómo esperando a que ella le preguntara algo y el pudiera resolvérselo, sin obtener respuesta. Sus lágrimas se escondían entre las gotas de lluvia pero sus ojos rojos la delataban, y en su cabeza se preguntaba reiteradamente ¿qué hago aquí?, ¿por qué estoy aquí?, lo de a su alrededor no importaba.

Para el descanso del partido la lluvia cesó y varios de los clientes del bar salieron a fumar. Los allí presentes la miraban, ya que su belleza no pasaba desapercibida, pero sólo uno de ellos se acercó tambaleándose, y aunque no vocalizaba demasiado bien la preguntó con la educación que les precede, ¿puedo ayudarte en algo? Ella salió de su estado de tránsito y ensimismada miró a aquél hombre, con voz rota y con la piel de su rostro marcada por la edad y las experiencias, probablemente por causa del alcohol. Ainhhoa se dio cuenta en ese momento de que había parado de llover por lo que le preguntó, con sus problemas del idioma todavía muy latentes, la dirección de su hotel.

Tras dar varias vueltas y perderse otras cuantas llegó al The Commercial Hotel, la fachada era antigua y descuidada y por dentro no era mucho mejor. La primera planta era un bar y comparándole con los demás estaba vacío, aun teniendo en cuenta que era día de partido. Ainhoa miraba disimuladamente a un lado y a otro. Las paredes estaban pintadas de varios colores, en vez unificarla en una solo, las mesas estaban astilladas, la decoración era nefasta, recordaba al estilo rococó muy abundante y este caso las cosas estaban puestas sin un orden, y en un rincón habían decidido agrupar todos los objetos que no les eran útiles como si de un mercadillo se tratara. La recepcionista, Rose la atendió muy agradablemente, ya que todos los hombres estaban inmersos en el partido y a ella le aburría profundamente, tras pagar su reserva y recoger su llave decidió subir a su habitación.

Tumbada en la cama, intentaba buscar la razón por la que había dejado todo atrás. Era profesora de historia del arte e impartía clases en un instituto privado. Para la  mayoría de los padres  su asignatura no tenía importancia, porque, según ellos, sus hijos estaban destinados a ser médicos, abogados o empresarios. Pero Ainhoa intentaba transmitirles su pasión para que a través del arte, pudieran ver el mundo de otra manera y sobre todo, a  que pensaran por sí mismos. Su trabajo era una parte muy importante para ella.

Vivía en el barrio Salamanca de Madrid, una de sus ciudades preferidas, aunque llevaba viviendo cinco años era incapaz de moverse realmente bien. Pero eso le encantaba, porque podía perderse por la capital, intentaba no recordar los sitios por donde había pasado para cuando lo hiciera de nuevo volver a redescubrirlos. Su piso nada tenía que ver con la zona en la que se encontraba. Era antiguo, techos altos, la pintura desconchada, y el olor a tuberías era casi habitual.

No vivía sola, Adrián, su novio, compartía piso con ella. Él era un empresario dueño de una franquicia de ropa femenina a nivel nacional, Cortex. Su amor fue un flechazo a primera vista. Antes de vivir en Madrid, Ainhoa ejercía como profesora en Granada, su ciudad natal. Vivía con sus padres y sus dos hermanas en una casita humilde de planta baja con la fachada blanca y con un patio típico andaluz. Eran gente modesta, Matilde, su madre, trabajaba en una mercería y su padre, era un administrativo con alma de artista. Él fue quien la enseñó a pintar, y gracias a él descubrió su vocación. Sus hermanas, de 20 y 22 años respectivamente, María y Juliana, eran otro de sus grandes apoyos. Su vida allí era tranquila, todos sus alumnos la adoraban, quedaba con sus amigos para tomar las mejores tapas de la ciudad, y solía irse todos los fines de semana con sus hermanas de compras. Nunca se le había conocido ninguna relación estable. Ella sabía que estaba esperando a alguien que, seguramente no existiera o no llegaría.

Las flores eran otras de sus pasiones, cada mañana iba al mercado y compraba un ramo diferente y esperaba que algún día alguien, el amor de su vida, se las comprara todas las mañanas, sin olvidar las peonias, sus favoritas. Era un lunes cualquiera de un verano horriblemente caluroso. Ainhoa se disponía a ir al mercado a por sus flores con una falda  larga de gasa que se movía con sus movimientos al andar, una camiseta de tirantes y un pelo largo, moreno, sin arreglar, que le cubría los hombros. Adrián se encontraba allí mirando locales para su franquicia cuando la vio cruzar un paso de cebra que se encontraba a escasos metros de él. Nunca había visto ninguna chica igual, el ritmo de sus piernas al moverse, su tez morena y su largo pelo le cautivaron.

Con disimulo cruzó el paso de cebra lo más rápido que pudo y se quedó un poco detrás de ella pero lo suficientemente cerca para poder ver su rostro. ¿Qué la digo?, pensaba Adrián. Así que de repente Ainhoa se paró en su puesto de flores favoritas y ese día compró un ramo de peonias. Después de pagar y cuando estaba a punto de marcharse Adrián decidió hablar con ella. Entre balbuceos la preguntó ¿Cómo se llamas esas flores? A lo que Ainhoa contestó peonias.  Adrián se inventó que ese día era el cumpleaños de su madre y había bajado al mercado a comprarla unas flores pero estaba indeciso y que gracias a ella se había decidido. A ella le pareció un poco extraño, ya que no le parecía normal ir a comprar al mercado con traje y corbata. Adrián la preguntó si podía invitarla a algo por su ayuda. Ainhoa se mostró un poco reticente, pero su pelo castaño, sus ojos marrones claros casi verdes y una sonrisa perfecta le pareció una buena razón para aceptar.

Inmediatamente, Adrián anuló los compromisos de la tarde para quedar con ella. Primero fueron a la alhambra. Él había viajado mucho por negocios pero nunca había llegado a disfrutar de ninguna ciudad. Y ese monumento, sus vistas y la compañía con Ainhoa le pareció algo mágico. Su visita siguió con gastronomía, Ainhoa estaba muy orgullosa de su tierra, y también de la comida, las tapas eran algo para deleitarse y le hizo a Adrián la mejor ruta que ella conocía. La cita terminó en el albaicín, su lugar preferido, solía perderse con sus pensamientos por esas calles empedradas rodeadas de casas blancas, gente amable y al culminar el mirador. Estuvieron hablando durante un buen rato y cuando se quisieron dar cuenta, cayo el atardecer, con la ciudad de fondo, y un sol desapareciendo fue el escenario perfecto para el final de la tarde. Su relación daba comienzo.

Adrián decidió pasar  un tiempo en Granada y gestionar sus negocios desde allí, pero esto funcionó muy poco tiempo, ya que la central estaba en Madrid y constantemente tenía que subir a la capital. Después de seis meses, Ainhoa tomó la decisión de irse a Madrid con él, ya que sabía que si quería que su relación siguiera no podría ser en Granada. Nunca había vivido en otro sitio  y los inicios en Madrid fueron difíciles. Le costó mucho vivir sin el apoyo de su familia y amigos, y además, la ilusión de encontrar un empleo se desvanecía poco a poco. Adrián, aunque trabajaba muchas horas, intentaba comprarla su ramo de flores todas las mañanas y darle las comodidades que necesitaba.
Poco a poco las cosas empezaron a ir mejor, tras cinco meses Ainhoa encontró trabajo a media jornada en un instituto privado. Además por las tardes, trabajaba como secretaria en una clínica dental. Había hecho muchos amigos, y podía compartir su tiempo con más gente cuando Adrián estaba trabajando. El piso en el que vivía lo eligió ella, aunque no era nada cómodo buscó algo que pudieran pagar entre los dos, más bien algo razonablemente barato para que Ainhoa pudiera pagar su parte, porque odiaba la idea de que Adrián la mantuviera.

Para ir al instituto cogía el metro, y a la puerta del mismo tomaba uno de los periódicos gratuitos. Tenía 10 paradas por delante así que la daba tiempo a enterarse de los titulares de la actualidad. Para variar, un día decidió comprarse el periódico El País. Estaba ojeando las noticias, sentada en el metro cuando algo se cayó al suelo. Era el suplemento de la semana. Una lista con la información y los requisitos para cursar becas de diferentes ámbitos en toda Europa. Decidió echar un vistazo y mirar si alguna estaba relacionada con su campo. Efectivamente, había varias de historia del arte. Y ese día todo cambió.
Su relación con Adrián iba cada vez mejor, además había delegado más responsabilidad a otros para pasar más tiempo con ella y Ainhoa estaba totalmente adaptada al estrés de la capital. Pero este incidente cambió algo en ella. Tenía 10 días para presentar todos los papeles e inscribirse en las becas. La necesidad de irse le invadió, pero ¿por qué?, si mi vida es perfecta aquí, no necesito nada más, se preguntaba. No dijo nada a nadie y decidió rellenar los papeles y enviar la información solicitada.

Desde ese momento Ainhoa recogía el correo todos los días, y al mes, un paquete certificado llegó a casa con una dirección de Londres. ¡La beca! Seguro que me la han denegado, pensó. Abrió corriendo el paquete, leyó varias veces la carta y sólo entendió una palabra: accepted. Subió corriendo a casa, encendió el ordenador y abrió el traductor, quería saber cuál de las becas que solicitó había sido. Tras cliquear en Google la página web descubrió que era para ser profesora en un colegio de artes, St Juliards de Londres. No podía creérselo, daba vueltas por la casa, corriendo y chillando. Pero ¿y  qué pasa con mi inglés? No pasa nada, se respondió tengo cinco meses hasta que empiece el curos, puedo dejar mi trabajo de secretaria y dedicarme al inglés por completo.

Y así fue, empezó a ir a una academia de inglés para profesores, donde la enseñaban, aparte del idioma, cómo ellos impartían las clases, sus métodos, trucos, etc…Durante un mes, no dijo nada a nadie. Adrián la noto un poco rara porque todas las series las veía en inglés, la había pillado hablando en inglés. Y un día la preguntó ¿Cuándo tienes tiempo de ir a clases de inglés con los dos trabajos? Ainhoa era una mentirosa horrible, por lo que le contó que había dejado su trabajo como recepcionista. ¿Y por qué? Preguntó el, pensaba que te gusta. Ainhona puso un gesto de preocupación, y se dio cuenta que era el momento de contarlo todo.

Él se enfureció como nunca antes lo había ello, empezó a chillarla no entendía por qué quería marcharse si lo tenía todo en Madrid, la obligó a que rechazara la beca y a que no se fuera. Ainhoa dijo que la decisión estaba tomada, sabía que no tenía sentido irse pero era lo que anhelaba, le dijo que le quería y que no quería dejarle, pero quería que respetara su decisión.

Los cinco meses siguientes fueron muy tensos entre ambos. Ainhoa decidió irse unas semanas a Granada para contárselo a sus familiares y amigos, esto era una excusa, ya que necesitaba tiempo. El camino de vuelta a casa fue muy relajante para ella, volvió renovada y convencida de que aunque  su relación tenía problemas quería continuar porque le quería, pero él tendría que respetar su decisión. Volvió con unas ganas terribles de decirle te quiero y besarle, como si nunca lo hubiera hecho. Fue corriendo desde el metro hasta el apartamento, subió por las escaleras, abrió la puerta y Adrián no estaba y sus cosas tampoco.

Le llamó infinitas veces, pero él no contestaba. Como si nunca le hubiera conocido, pero ella tenía que hablar con él. Fue a su apartamento, y por fin le encontró, él no quería hablar con Ainhoa pero al final la abrió la puerta. Adrián la explicó que su decisión estaba tomada y que no quería estar tres años separada de ella. Si no se iba volvía con ella y si Ainhoa insistía en irse a Londres para él habían terminado. En ese mismo instante, Ainhoa comprendió que era mejor estar separados, si la persona que supuestamente la quería no la respetaba, prefería no tenerla en su vida.

Y aquí comenzó su aventura londinense.

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